Pío Baroja, escritor con mucha miga

Mientras Pío ejercía la medicina en Cestona, su hermano Ricardo se encontraba en Madrid regentando una panadería ya que había estado en la Exposición de Viena de donde se trajo la fórmula de Pan de Viena y montó una panadería en Madrid para elaborar este tipo de pan que él pensaba iba a revolucionar al gremio.


Pío Baroja ejerce en Cestona como médico solamente dos años porque no acababa de gustarle la vida sedentaria y tranquila que un pueblo conlleva, máxime que sus inquietudes y afán de aventura no le dejan en paz; también ocurría que entre él y los demás médicos no había buena armonía. Existía una tremenda rivalidad. Todo esto se acumuló en su pensamiento y fue el detonante que le hizo abandonar su plaza de médico y marcharse a San Sebastián junto con sus padres.

Por aquellos días en que su padre ocupaba plaza de ingeniero de minas en San Sebastián y mientras Pío ejercía la medicina en Cestona, su hermano Ricardo se encontraba en Madrid regentando una panadería de su tía-abuela, llamada Juana Nessi que a la vez había heredado de su marido, Matías Lacasa, y que no hacía mucho había muerto, ya que ella no se veía capacitada para dirigirla, y avisó a su sobrino para que se hiciera cargo de la misma.

Pío llegó a ganar en la tahona 40.000 pesetas al año. Pero se dedicó a la literatura.

El tal Matías había estado en la Exposición de Viena de donde se trajo la fórmula de Pan de Viena y montó una panadería en Madrid para elaborar este tipo de pan que él pensaba iba a revolucionar al gremio. Ricardo hizo lo que pudo con la dirección de la panadería, pero su carácter algo violento con los obreros y su poca afición al pan hizo que el negocio no marchara todo lo bien que debiera y se cansó en seguida.

Baroja en Viena Capellanes

El edifico donde se encontraba el horno era un enorme caserón y daba a dos calles, a la de la Misericordia y a la de Capellanes (de ahí que Matías Lacasa, llamará al negocio al negocio “Viena Capellanes”). Este caserón se llamaba de los Capellanes de las Descalzas Reales porque en ella vivían los capellanes del convento.
Pío Baroja sobrellevaba el negocio mejor que su hermano Ricardo, pero no de una manera muy allá, de no ser porque alternaba el negocio con la Bolsa (a la que jugaba con gran asiduidad) no hubiera aguantado más que su hermano.

En Viena Capellanes se organizaron tertulias literarias a la que asistían, entre otros, Azorín y Valle-Inclán.

El contacto con la gente le sirvió en gran manera para sus obras literarias. Hablaba con todo el mundo, Pío se fue haciendo popular entre la clase literaria del momento y llegaron a formar concurridas tertulias en la panadería en la participaban personajes tan importantes como Azorín y Valle Inclán, entre otros, y pasaban largas horas debatiendo los más variados asuntos.
Corrían malos tiempos por aquel entonces. A punto de acabar las guerras de Cuba y Filipinas, aquí en Madrid la competencia en los negocios era atroz y los obreros estaban crispados con los patronos. Uno de sus obreros, -gallego como todos los panaderos de la época- propuso que Pío saliera con la hija de uno de los industriales rivales por ver si así acababan algunas competencias desleales, lo que no dio resultado a pesar de que la chica y Pío anduvieron tonteando algún tiempo.
Baroja es probable que se hubiera hecho rico en diez o doce años, -según él mismo contaba- de haberse dedicado más de lleno al negocio, pero deseaba tener ratos libres para escribir. Las harinas y demás materias primas, como consecuencia de la guerra, subían de manera alarmante, agravando la situación día a día. El gremio del pan, al igual que otros muchos, se resentía y la panadería de Viena Capellanes iba de mal en peor.

Manuel Lence le compró la tahona

Pío Baroja era un liberal y como tal comprendía bastante bien la problemática y reivindicaciones de los trabajadores en su lucha con los patronos que en aquellos momentos eran grandes. Baroja no entendía que porqué se ponían en su contra cuando él los trataba bien. Sólo uno le respetó, Manuel Lence, y se encariñó con él, aconsejándole que estudiara contabilidad porque le serviría en el futuro. Este maestro, que él conocía desde niño, se casó con una chica que servía en casa y que al final resultaría ser el dueño de la industria porque Baroja se la vendió, siendo el que verdaderamente, con su laboriosidad y esfuerzo, dio auge a la panadería.
La crisis se agudizó en 1902 cuando el dueño del edificio le comunicó que lo iba a derribar. Aquello le obligó a trasladar todos los enseres a la calle Mendizábal. La necesidad de allegar recursos para este menester, sin caer en manos de feroces especuladores, le llevó a dedicarse a Bolsa con gran ahínco, pero no fue solución.

 

Anécdotas pintorescas

Una anécdota curiosa de ese traslado fue cuando se presentó en el Ayuntamiento a sacar la licencia de apertura y el guardia que iba a inspeccionar el local no quería concedersela.

– Sí, señor Baroja, la Reglamentación Municipal dice que hace falta una cuadra en cada panadería para guardar las mulas que mueven las amasadoras.
– Pero si nosotros no tenemos mulas, son motores…
– Nada, nada, aquí pone que hay que tener cuadra; y no se hable más. Afortunadamente todo se solucionó. Otra curiosidad era lo que esa industria daba por esos años: ¡40.000 pesetas al año! En algún libro suyo Baroja recuerda que Rubén Darío dijo de él:
– ¡Ah, sí, Pío Baroja, es un escritor con “mucha miga” Baroja no se molestó y recordando el origen sudamericano de Rubén dijo:
– No me enfado pues es un escritor de «buena pluma»

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